Que viene siendo el peso del último cargamento recibido desde Alemania. A parte de un plato nuevo para el chico de las baquetas (su batería se desarrolla constantemente como si de un tumor se tratara) el meollo del asunto era un juego de pantallas y monitores con su correspondiente etapa de potencia. Cosa de mil y pico watios que añadir a nuestra creciente máquinaria de hacer ruido.
Resulta gratificante poder decir, por fin, que somos capaces de sonorizar nosotros solitos una sala pequeña, y hacerlo además con cierto grado de holgura. Más aún cuando el dinero necesario para pagar todos esos juguetes nuevos salío de los ingresos del grupo en vez de salir de nuestros ya maltratados bolsillos. En serio. No tener que pagar mola.
Así que tras subir a pulso dichos 164 (cientosesentaicuatro) kilogramos de felicidad por los 4 pisos de escaleras que conducen a nuestro local de ensayo, luchar con las marañas de cables que se habían ido formando a lo largo de meses sin ordenar nada, recibir un cursillo rápido de interiorismo que nos permitiese aprovechar el espacio de forma más eficiente, colocar cosas, redistribuir todo el cableado de la mesa de mezclas y flipar con las lucecitas de la flamante etapa de potencia... el nuevo equipo quedó integrado de forma oficial en el activo inmovilizado de Daementia.
¿Qué conseguimos con eso?
Problemas :P
Problemas del tipo "tengo muchosmil watios sonando en una habitación de 16 metros cuadrados y creo que me sangran los oídos" El equilibrio de poderes entre los cinco instrumentos del grupo, perfeccionado a lo largo de meses de ensayo y error, se había hecho añicos. Te das cuenta de eso cuando eres capaz de oir una bola de watios que suena jodidamente alta, pero no distingues una sola nota de lo que estás tocando tú. O peor aún, oyes el bajo. Si oyes el bajo, significa que algo está saliendo mal :P
Por supuesto, aunque era un problema que no nos esperábamos (me refiero a lo de la bola, no a lo de llegar al extremo de distinguir líneas de bajo) hay que reconocer que era un problema esperable. La sonorización de un grupo de metal es siempre un proceso complicado, en el que se busca el compromiso entre el deseo de todos los miembros de repartir la mayor leña posible y la limitación práctica de que la mezcla final tiene que resultar no sólo soportable, sino audible, distinguible, e incluso (dejadme soñar) agradable. Eso en la práctica lleva a un equilibrio cuanto menos inestable en el que la solución, por paradójico que parezca, suele consistir en bajar los volúmenes de todos los instrumentos para que el conjunto se oiga más.
Detalles como "quiero conservar mi capacidad auditiva hasta pasados los 23 años" suelen ser también tenidos en cuenta.
Así que en los próximos días compaginaremos el trabajo de ensayar para el inminente concierto con el de girar ruletitas y apretar botoncitos para reencontrarnos con la mezcla perfecta. Espero que no nos lleve demasiado.
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